El este salvaje
Los años no pasan en balde para nadie, y ya siendo un poquito más ducha en esta vida, hice años después de la aventura de Martin, sobre la que habéis podido leer aquí, un viaje al “este salvaje”, concretamente a uno de sus ventrículos: Prešov. La ciudad me fascinó por muchas cosas, conocí a gente interesante y me familiaricé con la historia de una de las ciudades eslovacas en las que la herencia judía es más destacada. De todas las vivencias que me sucedieron en los tres días que pasé en la helada Prešov, rescataré y compartiré una que todavía consigue sacarme una sonrisa. Una tarde en las que las inclemencias del tiempo fueron benevolentes con los/as paseantes, decidí dejarme llevar por las calles de la ciudad sin rumbo fijo. Callejeando crucé una calle y divisé en la lejanía (entiéndase lejanía como algo que está a tres minutos a pie desde el punto de vista de alguien de Madrid; en asuntos de distancias los/as españoles/as y los/as eslovacos/as divergemos bastante) una iglesia ortodoxa blanca.
Genial, por fin iba a ver una con mis propios ojos in situ. Evidentemente, para mí era un gran novedad, ya que en España no es que este tipo de iglesias abunden. No resistí la tentación de acercarme para echar un vistazo. Intentando superar el obstáculo que suponía andar por la nieve que me llegaba hasta las rodillas, conseguí rodear varias veces la iglesia. Estaba totalmente embobada con la belleza de una iglesia ortodoxa rodeada por la nieve sobre un horizonte teñido de tonos rosados y anaranjados sobre un fondo azul. Casi sin darme cuenta empezó a salir un aluvión de personas del interior de la iglesia. Yo seguí a lo mío hasta que me dí cuenta de que me había quedado más sola que la una. Me alarmé cuando ví al señor “cura” a punto de cerrar la puerta de la verja que rodeaba la iglesia. Durante algunos segundos pasé miedo imaginándome toda una noche encerrada en ese lugar o haciendo algo poco decoroso para salir de mi encierro. Corrí con todas mis fuerzas hacia el cura y expresé mi alivio por haberle visto antes de que el asunto no tuviese solución. Añadí, además, que la “iglesia” me parecía muy bonita. El hombre me miró y dijo: “Señorita, usted es muy joven y es probable que por eso no sepa que esto no es una iglesia (kostol), sino un templo (chrám)”. A pesar de los pesares, la observación léxica me pareció lógica, pero también pensé que me daba entonces por contenta con saber decir iglesia en eslovaco… Gracias a esta anécdota en el este salvaje he aprendido a ser también un poco pedante en lo que a arquitectura religiosa se refiere. También me sirvió para comprobar que no hay mal que por bien no venga.