catedralCATEDRAL

Para Zuzana Ondrejková, Ľuba Smaržová, Hana Kaňuková, Martin Aksamít,

sus profesores y compañeros alumnos de la Universidad Comenio de Bratislava.

Veo esas vidrieras azules de pátina y de oro,
ese silencio menesteroso y turbio y esos espacios amplios
de neblina y asombros, allí donde estuvieron,
y todavía en el aire furtivo se sostienen, plegarias
del contrito y arpegios musicales
de vihuelas y cítaras.


Paso por estas losas gélidas y espectrales
que jubones y capas rozaron afanosas
en los siglos remotos, y que aún todavía
despiden los rumores y vahos, que en el mismo
vacío, mantienen temerosos sus pliegues y celajes.

Busco la paz y luz, la miel de aquellos mundos
ya idos. Reposo en las maderas mil veces genuflexas
por orantes devotos y tímidos convictos.

Y desciendo a las profundas oquedades, cavidades
del muerto y del perdido, allí donde los hombres,
echados en la piedra, evaporan sus carnes y miran
nervaduras que nunca el cielo tocan.

Y en su trono de ónice, de púa y opio negro
y confusos vahídos, Satanás se sostiene en una luz
radiante, en el último trazo en que el final termina
de aquellos laberintos de humedad y abandono.
Un violín de fuego
le cruza sus dos ojos.

A ti demando, dios de la sombra, alas de la tiniebla,
tú, saliva de boca insana, pomada del ulceroso,
de la púber impía ajustador de seda, de los nefandos
y llagados cuenco de almíbar, y para los licenciosos,
cinta de cordobán.

Oí su voz:
aquello que tú indagas está más hondo, más allá
de esta corteza vana, de este juego de infantes,
allá, donde si llegas, encontrarás la dicha.